El huracán Mitch fue uno de los ciclones tropicales más poderosos y mortales que se han visto en la era moderna, teniendo una velocidad máxima de vientos sostenidos de 290 km/h. Mitch pasó por América Central del 22 de octubre al 5 de noviembre en la temporada de huracanes en el Atlántico de 1998. También causó miles de millones de dólares en pérdidas materiales.
Mitch se formó en el oeste del mar Caribe el 22 de octubre, y después de pasar por condiciones extremadamente favorables, alcanzó rápidamente la categoría 5, el nivel más alto posible en la escala de huracanes de Saffir-Simpson. Después de desplazarse hacia el suroeste se movió a través de Centroamérica hasta alcanzar la bahía de Campeche para finalmente golpear Florida como una tormenta tropical.
Debido a su lento movimiento entre el 29 de octubre y el 3 de noviembre, Mitch dejó cantidades históricas de precipitaciones en Honduras y Nicaragua, con informes no oficiales de hasta 1900 mm. Las muertes ocasionadas por las catastróficas inundaciones lo hicieron el segundo huracán más mortífero del Atlántico, cerca de 11 000 personas murieron y alrededor de 8000 permanecían desaparecidas a finales de 1998. Las inundaciones causaron daños extremos, estimados en 5 mil millones de dólares (1998 USD, 6 mil millones 2006 USD).
En Nicaragua el huracán Mitch fue especialmente violento y cruel. Las pérdidas directas en este país fueron estimadas en más de 1.262 millones de dólares, sin contar las pérdidas indirectas sobre los flujos de producción, ni las pérdidas sobre los indicadores y comportamientos económicos, ni el impacto ecológico.
Sin embargo, las cifras económicas no ayudan a comprender el sufrimiento individual y colectivo del pueblo nicaragüense: 2.515 muertos, 885 desaparecidos, 867.752 damnificados y más de 36.368 viviendas afectadas.
El 21 de octubre de 1998 se informó la formación de una tormenta tropical denominada Mitch que se hallaba aproximadamente a 580 km al sur de Jamaica. En sólo 48 horas se convirtió en huracán y pasó a la categoría V (escala internacional Saffir–Simpson).
Las poblaciones del oeste, del norte y del centro de Nicaragua, sometidas a las condiciones meteorológicas del huracán y del centro de baja presión sobre el Pacífico, fueron azotadas en casi todo el territorio afectado por lluvias equivalentes a un 295% por encima de las marcas históricas, con precipitaciones extremas en el oeste del país hasta de un 504,3% sobre lo normal, especialmente entre el 27 y el 28 de octubre, cuando el sistema se mantuvo estacionario frente a las costas de Honduras. El 29 de octubre se internó en territorio hondureño, donde pronto se degradó a tormenta tropical desplazándose lentamente a través de Honduras hacia El Salvador y Guatemala y perdiendo intensidad en forma paulatina, aunque sin dejar de llover copiosamente sobre toda la región centroamericana.
En Nicaragua, desde el 24 de octubre las inundaciones empezaron a aislar a más de la tercera parte de la población. Para el 28 de octubre, más del 60% de la superficie del país había quedado incomunicada por tierra: ríos, lagos y lagunas desbordaron, las aguas del lago Xolotlán, en Managua, subieron 4 metros (de 36,41 m sobre el nivel del mar el 22 de octubre de 1998 a 40,12 m el 30 de octubre de 1998). Nuevos y gigantescos cauces de impresionantes caudales alteraron repentinamente la geografía nacional: comunidades enteras fueron arrastradas o sepultadas por grandes corrientes de agua, arena, tierra y árboles abatidos; colosales deslizamientos de tierra barrieron las laderas de montes volcanes y colinas; carreteras y puentes en ruinas, incomunicación, destrucción de los servicios eléctricos, del alcantarillado y los acueductos, contaminación e inutilización de las fuentes de agua, dibujaron un panorama desolador de devastación y muerte en numerosos municipios.
Los daños a la infraestructura, a la producción agropecuaria e industrial, a la ecología, y sobre todo a la gente, habían sobrepasado en mucho las peores previsiones de catástrofe. “A pesar de contar con la información meteorológica de una amplia red nacional e internacional (Centro Nacional de Huracanes de Miami, EUA), la magnitud del fenómeno rebasó las capacidades de predicción. Ni los modelos matemáticos, ni los registros históricos pudieron ayudar con efectividad a prever las consecuencias de un fenómeno de tal envergadura y comportamiento”.
Como ocurre casi siempre, fue la población más pobre la que sufrió más. Las pérdidas humanas asociadas a factores de degradación ambiental se agigantaron con las dramáticas cifras del alud en las laderas del volcán Casita: una corriente de lodo, troncos y piedras de hasta tres metros de altura sobre un frente de casi 2500 metros y una proyección de 15 Km de longitud, que fue arrasando rápida y sorpresivamente a su paso a siete comunidades rurales, dejando unos 1.200 muertos y decenas de heridos.
Vulnerabilidad fue una de las palabras más repetidas en aquellos días y los que siguieron. El huracán Mitch fue la demostración de la ineficacia o inexistencia de planes de emergencia. También de la escasa planificación en el uso del territorio, con poblaciones viviendo en lugares inadecuados y actividades humanas (principalmente deforestación) potencialmente peligrosas para las poblaciones y el medio natural.
Mitch se formó en el oeste del mar Caribe el 22 de octubre, y después de pasar por condiciones extremadamente favorables, alcanzó rápidamente la categoría 5, el nivel más alto posible en la escala de huracanes de Saffir-Simpson. Después de desplazarse hacia el suroeste se movió a través de Centroamérica hasta alcanzar la bahía de Campeche para finalmente golpear Florida como una tormenta tropical.
Debido a su lento movimiento entre el 29 de octubre y el 3 de noviembre, Mitch dejó cantidades históricas de precipitaciones en Honduras y Nicaragua, con informes no oficiales de hasta 1900 mm. Las muertes ocasionadas por las catastróficas inundaciones lo hicieron el segundo huracán más mortífero del Atlántico, cerca de 11 000 personas murieron y alrededor de 8000 permanecían desaparecidas a finales de 1998. Las inundaciones causaron daños extremos, estimados en 5 mil millones de dólares (1998 USD, 6 mil millones 2006 USD).
En Nicaragua el huracán Mitch fue especialmente violento y cruel. Las pérdidas directas en este país fueron estimadas en más de 1.262 millones de dólares, sin contar las pérdidas indirectas sobre los flujos de producción, ni las pérdidas sobre los indicadores y comportamientos económicos, ni el impacto ecológico.
Sin embargo, las cifras económicas no ayudan a comprender el sufrimiento individual y colectivo del pueblo nicaragüense: 2.515 muertos, 885 desaparecidos, 867.752 damnificados y más de 36.368 viviendas afectadas.
Trayectoria del huracán Mitch entre el 21 y el 31 de octubre de 1998. |
Las poblaciones del oeste, del norte y del centro de Nicaragua, sometidas a las condiciones meteorológicas del huracán y del centro de baja presión sobre el Pacífico, fueron azotadas en casi todo el territorio afectado por lluvias equivalentes a un 295% por encima de las marcas históricas, con precipitaciones extremas en el oeste del país hasta de un 504,3% sobre lo normal, especialmente entre el 27 y el 28 de octubre, cuando el sistema se mantuvo estacionario frente a las costas de Honduras. El 29 de octubre se internó en territorio hondureño, donde pronto se degradó a tormenta tropical desplazándose lentamente a través de Honduras hacia El Salvador y Guatemala y perdiendo intensidad en forma paulatina, aunque sin dejar de llover copiosamente sobre toda la región centroamericana.
En Nicaragua, desde el 24 de octubre las inundaciones empezaron a aislar a más de la tercera parte de la población. Para el 28 de octubre, más del 60% de la superficie del país había quedado incomunicada por tierra: ríos, lagos y lagunas desbordaron, las aguas del lago Xolotlán, en Managua, subieron 4 metros (de 36,41 m sobre el nivel del mar el 22 de octubre de 1998 a 40,12 m el 30 de octubre de 1998). Nuevos y gigantescos cauces de impresionantes caudales alteraron repentinamente la geografía nacional: comunidades enteras fueron arrastradas o sepultadas por grandes corrientes de agua, arena, tierra y árboles abatidos; colosales deslizamientos de tierra barrieron las laderas de montes volcanes y colinas; carreteras y puentes en ruinas, incomunicación, destrucción de los servicios eléctricos, del alcantarillado y los acueductos, contaminación e inutilización de las fuentes de agua, dibujaron un panorama desolador de devastación y muerte en numerosos municipios.
Los daños a la infraestructura, a la producción agropecuaria e industrial, a la ecología, y sobre todo a la gente, habían sobrepasado en mucho las peores previsiones de catástrofe. “A pesar de contar con la información meteorológica de una amplia red nacional e internacional (Centro Nacional de Huracanes de Miami, EUA), la magnitud del fenómeno rebasó las capacidades de predicción. Ni los modelos matemáticos, ni los registros históricos pudieron ayudar con efectividad a prever las consecuencias de un fenómeno de tal envergadura y comportamiento”.
Como ocurre casi siempre, fue la población más pobre la que sufrió más. Las pérdidas humanas asociadas a factores de degradación ambiental se agigantaron con las dramáticas cifras del alud en las laderas del volcán Casita: una corriente de lodo, troncos y piedras de hasta tres metros de altura sobre un frente de casi 2500 metros y una proyección de 15 Km de longitud, que fue arrasando rápida y sorpresivamente a su paso a siete comunidades rurales, dejando unos 1.200 muertos y decenas de heridos.
Vulnerabilidad fue una de las palabras más repetidas en aquellos días y los que siguieron. El huracán Mitch fue la demostración de la ineficacia o inexistencia de planes de emergencia. También de la escasa planificación en el uso del territorio, con poblaciones viviendo en lugares inadecuados y actividades humanas (principalmente deforestación) potencialmente peligrosas para las poblaciones y el medio natural.
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